Dejo ir y permito que la magnificencia de Dios fluya por medio de mí.
Esta es una afirmación poderosa de Verdad: Dejar ir, dejar a Dios actuar. Sé que cuando me aferro a un problema, mi mente corre para tratar de arreglarlo. De esta manera trabajo en el problema, en vez de dar paso a la solución.
Al dejar ir, permito que la sabiduría divina fluya libremente. En vez de levantar las manos con desesperación, las uno y me dirijo a mi interior. En el silencio de la oración, las respuestas que he estado buscando surgen fácilmente a la superficie de mi conciencia.
Los milagros suceden. Cuando me hago a un lado y permito que la guía divina fluya, libero la sabiduría de Dios en mí.
No puedo yo hacer nada por mí mismo; según oigo, así juzgo, y mi juicio es justo, porque no busco mi voluntad, sino la voluntad del Padre, que me envió. —Juan 5:30
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